Lo reconozco, si pienso más de tres veces qué hago escribiendo me vengo abajo. En una era en la que comemos rápido, conducimos rápido, leemos rápido y hacemos todo igual de rápido o más, escribir una novela si no es tu trabajo principal, es una locura.
Es una locura porque con un trabajo a tiempo completo, la piratería, el trabajo constante de publicidad y promoción, la poca visibilidad que tenemos los autores autopublicados y las mil y una trabas que se encuentran en las ferias de libro para poder ir, convierte en el oficio en una carrera de obstáculos en el que la toalla está siempre muy próxima de llegar al suelo de forma definitiva. ¿Y por qué lo haces? Te preguntarás. Pues en realidad no lo sé del todo. Supongo que porque tengo una carácter soñador y me gusta la paz del folio en blanco, el estar en silencio con la cabeza a mil por hora y porque al final, el escritor acaba saliendo por alguna parte, aunque no quiera.
La ilusión de crear una historia, de pasarte meses investigando viendo cómo se forma como la película de tu historia en tu cabeza. Que los personajes, seres inanimados al principio, le vas dotando de voz, de rasgos físicos, de carácter, manías… Ir encajando cada pieza del puzzle que se forma en tu cabeza hasta que llega el punto en el que la historia fluye sola y acabas la historia y ves la película de ella, y te ilusionas y disfrutas de ella aunque solo estés tú delante. Esa sensación de satisfacción es difícilmente comparable. Y también, por supuesto, porque si escribir puede servir para animar a alguien en un momento determinado o simplemente entretener, hace que tenga sentido escribir.
Hay un estereotipo de que los escritores somos personas con alma de ermitaños a los que les cuesta salir al salir al mundo. No sé si es del todo cierto, eso cada uno que juzgue, pero sí que es verdad, que para los escritores juntar letras y crear mundos paralelos es una necesidad; es una manera de vivir distinta a la habitual, pero también es una forma de volver a ser niños jugando a ser quienes sean nuestros personajes, porque en cierto modo, vivimos a través de ellos.
Por eso tiene sentido escribir.
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Hasta el próximo post.